Noche en vela
Capítulo 2Estuve preocupada todo el día, era incapaz de concentrarme en clase. Un profesor llegó a inquietarse por mi estado de ánimo. Pero todo eso era normal. A ver, poneos en mi caso, ¿cómo estaríais si vuestro tío hubiese desaparecido y, quizás, hubiese sido raptado? Estaríais superpreocupados, ¿a que sí?
Cuando terminó el colegio, me fui derecha al zoo; tenía que investigar. Cuando llegué, me dirigí al servicio. Fue ahí justo donde me encontré con la primera dificultad de la tarde, tenía que ir al baño de chicos y, claro, a mí me correspondía el de chicas.
Me acordé de la tienda de disfraces que había a la vuelta de la esquina y de que allí había un disfraz de rapero que me podía servir. Creo que nunca había corrido tan rápido en mi vida, llegué, compré el disfraz, me disfracé y entré al servicio de hombres.
Estaba buscando un agujero desde el que podrían haberle cogido o algo por el estilo. No estaba muy segura de lo que estaba buscando, solo sabía que necesitaba encontrar a mi tío.
El primer día no encontré nada, aproveché que ese día no tenía deberes para buscarle, pero no hubo suerte. Al día siguiente, tuve que esperar un poco porque me habían mandado un ejercicio, pero nada más terminar me fui derecha al cuarto de baño de chicos, con mi disfraz, claro.
Ese día estaba buscando algo muy distinto. No estaba buscando un agujero, estaba buscando pistas. Aparte de los animales, me encantaba leer novelas, sobre todo las de intriga. De esos libros había sacado que, en vez de buscar cualquier otra cosa, lo primero era buscar pistas. Y eso mismo pensaba hacer yo. Estuve hasta bien tarde y cuando estaban cerrando el centro, ya tenía tantas pistas como para sacar conclusiones.
Había encontrado distintos objetos: la placa dorada de la que nunca se separaba, una bolsa de plástico de una barrita energética que comía todos los días en el trabajo para no quedarse dormido y que coleccionaba (sé que es un poco raro, pero seguro que vosotros también tenéis manías raras) y sus zapatos preferidos. Todo eso podía demostrar que mi tío no había desaparecido voluntariamente. Ahora solo quedaba encontrarle.
El tercer día de investigación era el día en el que tocaba encontrar el agujero. Estuve buscando todo el día, pero al final lo encontré. El agujero llevaba a las cloacas y no es que pareciesen muy limpias. Más que un agujero parecía una alcantarilla, sobre todo porque estaba tapada por una arqueta, aunque estaba abierta y confiaba en que al día siguiente también lo estuviera. El único problema era que el zoo cerraría en menos de media hora y tenía que ir saliendo. ¿Qué podía hacer, arriesgarme y meterme allí o ser más precavida y esperar a llegar el día siguiente para ir más preparada? Elegí ser más precavida y meterme el día siguiente.
Cuando llegué a casa, me metí en mi cuarto y preparé una mochila con todo lo que tenía que llevar al zoo: una linterna, ropa vieja, ropa de recambio, el disfraz… Me pasé la noche pensando en a dónde podría llevar aquel agujero. Lo único que sabía era que llevaba a las alcantarillas. Cuando estuviera allí, tendría que hacer lo mismo que hice en el baño, buscar pistas.
Al día siguiente, con mi mochila a la espalda, me fui derecha al zoo, me disfracé, y entre en el baño de chicos. Ese día no me anduve con rodeos, me fui derecha al lugar donde estaba la arqueta. Me la encontré igual que el día anterior, con la arqueta escondiendo la alcantarilla, pero ese día no podía abrirla. ¡Oh, no! ¡Seguro que los ladrones se habían dado cuenta de que se la habían dejado abierta y querían borrar su rastro! Tenía que encontrar otra manera de acceder a las cloacas, pero ¿cuál? Como todo el sistema de alcantarillado de la ciudad estaba conectado, solo tenía que encontrar otra alcantarilla abierta e ir al sitio donde estaba la alcantarilla del zoo.
Parecía fácil, ¿a que sí? ¡Pues, no! Resulta que los del ayuntamiento, por seguridad, todas las noches se encargaban de que cada noche alguien fuese calle por calle cerrando todas alcantarillas de la ciudad, aunque Madrid es una ciudad muy grande, la más grande de España.
Estuve buscando una alcantarilla abierta el resto de la semana. Era inútil, tenía que encontrar otra manera. Quizás podía intentar reabrir la alcantarilla del zoo o, si en las obras que están haciendo cerca de allí estaban instalando otra, quizás pudiera intentar meterme por esa alcantarilla. La opción 2 era más discreta y la más efectiva. Como al día siguiente era domingo, decidí aprovechar el día de descanso.
Esa noche no podía dormir. Solo pensaba en qué haría: si me pillaban en la obra me metería en un buen lío. Mis padres entrarían en cólera y me castigarían de por vida y, lo peor de todo, me olvidaba de encontrar al tío Antonio y de meter a aquellos delincuentes entre rejas. Y eso supondría que no podría quedarme hasta tarde en el zoo. Pensar en ello solo me quitaba el sueño. Eso era muy malo porque cuanto antes estuviese allí, menos gente estaría por la calle, y menos gente significaba menos posibilidades de que te pillen.
No podía estar más nerviosa, sobre todo sentía miedo, pero por distintas razones: por una parte estaba el miedo a que me pillaran, por otro lado la idea de tener que liberar a mi tío por mi cuenta sin ninguna clase de ayuda, y ya, por último, el miedo a que le hicieran algo. Las emociones eran diversas, miedo y angustia sobre todo, a lo que se le sumaba tristeza por mi tío. Pero otra cosa se acabó de apoderar de mí, el sueño. Al final, no podía aguantar toda la noche despierta, ni con todos los nervios del mundo.
Al día siguiente, se respiraban nervios. Mi padre ese día tenía que ir al trabajo para hacer una reunión muy importante porque si causaba buena impresión, le ascenderían. Mi madre también estaba nerviosa, había llegado el día de hacer la operación más importante de su vida, tenía que arreglarle a una señora de 67 años las arterias del corazón, además era una operación a corazón abierto, por tanto era muy peligrosa y debían tener mucho cuidado. Susi parecía especialmente alterada, iba a conocer su nueva niñera que cuidaría de ella durante todo el día y tenía mucho miedo.
Cuando mis padres se habían ido y la niñera de Susi había llegado, yo me fui a cumplir con mi propósito del día. Llegué alrededor de las 10:30. No había nadie. Como mucho algún que otro madrugador que iba a ver el zoo.
El primer obstáculo ya lo tenía previsto, la valla de alambre que ponían en todas las obras. Venía preparada para eso. Cogí los alicates que había cogido en casa y me puse a cortar. Fue más costoso y largo de lo previsto, pero pude hacer un agujero lo suficientemente grande como para entrar. Dentro solo había máquinas de construcción: excavadoras, grúas, martillos de demolición…
El primer obstáculo estaba superado, ahora tocaba el segundo. Ese sí que fue inesperado, resulta que querían esconder la alcantarilla, así que pusieron una excavadora para taparla. Tenía un problema, ¡no sabía conducir una excavadora! Pero había alguien que sí, mi tía Sofia. Estaba muy triste por la desaparición del tío, así que estaba segura de que me ayudaría.
Ella es obrera y lo que más le gusta construir son hospitales, porque le encanta ayudar. Entonces le llamé. No le dije nada sobre la investigación, prefería contárselo en directo, solo que viniese al zoo porque había algo que le gustaría. Y así era. La esperé fuera unos veinte minutos. Cuando llegó, se lo explique todo, desde cómo me había enterado hasta por qué la había llamado. Lo entendió todo, y cedió a ayudarme. Tuve que hacer un agujero más grande que el inicial para que cupiese la tía, pero fue rápido. La tía vaciló un poco para subirse a la excavadora. Cuando se subió, arrancó la excavadora y se puso manos a la obra. Cuando ya no era un obstáculo, pudimos ver perfectamente la alcantarilla y las cloacas. Tenía miedo a bajar, pero cada vez menos porque ahora no tenía que hacerlo sola, tenía a mi tía al lado.
Ahí estábamos, a punto de descender por una alcantarilla, yo muerta de miedo, mi tía, petrificada. La primera en bajar fue ella y yo le seguía. Las dos sabíamos que iba a ser difícil encontrar al tío Antonio, pero estábamos decididas a hacerlo. Decidimos buscar signos de los secuestradores. Nos costó mucho menos de lo esperado. Enseguida apareció un hombre vestido de negro que parecía estar haciendo guardia. Yo habría salido corriendo tras él como una loca, pero Sofía se escondió de repente e hizo que me descubrieran. ¡Cómo había podido! ¡Había dejado sola a su sobrina ante un posible malhechor en las alcantarillas! ¡No podía creerlo!
Pero era mi tía. Ella me había enseñado a andar en bici, sumar y restar. Era la tía que tenía planeada la Navidad de aquel año en carnaval. La que todo lo que hacía, lo hacía con cabeza.
Estaba segura de que mi tía no me había entregado sin ningún plan. El único problema era que yo no sabía cuál. Igual que no lo supiera era parte del plan. O quizás simplemente le había entrado un ataque de pánico y se había escondido…
A la que le había entrado un ataque de pánico era a mí. Veía que el ladrón se me acercaba y que no tenía a mi tía para que me ayudara. Estaba contra una pared y no podía huir, así que, en cuanto recordé que había secuestrado a mi tío, me dio un ataque de ira tan fuerte que hasta me atreví a abalanzarme contra él. Pero parecía que se lo esperaba, así que, me hizo una llave de judo muy extraña, que yo no conocía, y me cogió como un saco de patatas. Seguramente se esperaba algo más difícil.
Me estaba llevando a no sé dónde, cuando de repente vi que mi tía no le quitaba el ojo al ladrón. Sí que tenía un plan, y acababa de entender cuál: estaba siguiéndonos para llegar a su guarida. La verdad es que pensaba que iba a tardar mucho y tenía miedo de que la tía nos perdiese de vista, pero en realidad no pudo tardar mucho más de 10 minutos. Así que a mi tía le resultó muy fácil convertirse en nuestra sombra invisible.
Me sorprendió lo fácil que le resultó llevarme en su hombro, literalmente, colgada. Debía de ser un hombre muy fuerte. Yo me sacudía, me meneaba y le pegaba, pero él ni se inmutaba. Parecía enfadado, irritado y angustiado, tanto que me empezó a dar miedo que se desatara contra mí.
Nos encontramos delante una puerta verde de aluminio. Estaba cerrada y custodiada por un hombre, con la misma expresión que el que me llevaba colgada. Cuando nos vio, a mí y
a su compañero, abrió la puerta y me empujó dentro de lo que parecía su guarida. Dentro estaba la razón de aquella aventura, ¡mi tío Antonio! No podía estar más feliz, le había encontrado. Ahora, solo teníamos que escaparnos. Pensaba que se ilusionaría mucho al verme, pero fue todo lo contrario, puso una cara de sorpresa, miedo, alegría, tristeza… Todos los sentimientos que se pueden expresar en una cara los expresó.