NOCHE EN VELA – capítulo 5 (Nagore González)
Se lo que estáis pensando, ¡¿Qué?! Tranquilos, Sofía no sabía nada, pero le partió el corazón ver que su hermano era el cómplice de una banda de criminales. Yo no sabía nada tampoco, ni siquiera le conocía, alguna vez la tía hablaba de él, pero no me acordaba de nada. Lo único que sabía era su nombre, Luis, aunque eso lo sabía porque lo acababan de decir. Bueno que me desvío, sigo con la historia.
El caso es que el que estaba con la pistola apuntando a mi tía, había bajado el arma y estaba mirando a su cómplice como si mirase a una vaca con diarrea; en otras palabras, con cara de asco. Era divertido ver su cara y a mí me entro la risa, pero me la tuve que aguantar, entre otras cosas, porque la situación era bastante tensa. La pobre de mi tía no sabía qué pensar, quería pensar que su hermano la estaba intentando salvar, pero en el fondo sabía que, al final, la estaba intentando salvar de su cómplice. Viendo su cara, parecía que no sabía si pensar en algo o no.
Pero los policías sí que reaccionaron, y bastante rápido. Nada más bajo el arma, el de la pistola, los policías se abalanzaron sobre él y le quitaron el arma. Le inmovilizaron le esposaron y pidieron un coche policial para llevárselo. Al otro, como había cometido menos crímenes que su cómplice, simplemente le pusieron a la espera de juicio para juzgar si, durmió a las leonas, estropeó la máquina o ayudó en el secuestro del tío.

Sofía y su hermano Luis, estuvieron hablando durante un buen rato, quizás hasta horas. Me alegraba haber solucionado el problema, aunque no me lo imaginaba que fuera a acabar así. Yo pensaba que la policía se iba a llevar a los dos criminales en el coche y nosotros nos quedaríamos hablando de lo emocionante que había sido, y de lo contentos que estábamos. Pero en vez de eso, fueron Sofía y Luis los que se pusieron a hablar, pero no había ni rastro del tío.
– ¿Hola? ¿Ojo de Halcón? ¿Dónde estás?
– En mi puesto, donde deberíais estar todos.
– ¿Pero qué dices?
– Digo que mientras celebrabais vuestro logro, han entrado otros dos ladrones.
– ¡¿Cómo, cómo, cómo, cómo?! ¡¿Qué estás diciendo?!
– Digo que mientras hablabais y bailabais, han entrado otros dos hombres, aunque estos no están armados. –Parecía cabreado, no entendía por qué. Si habíamos atrapado a uno armado, no nos costaría nada atrapar a otros dos.
– ¿Aviso a los otros?
– Sí por favor, Sofía no atiende al walkie.
Y así lo hice. Al principio se asustaron, luego se alegraron y, por último, se pusieron manos a la obra. Los policías se escondieron y la tía y su hermano, también. A mí nadie me dijo lo que tenía que hacer. Pero no hizo falta que me lo dijeran, yo ya sabía lo que tenía que hacer: ¡esconderme lo antes posible! No tardé ni un segundo más que el resto en encontrar un escondite, pero esconderme en él, fue más difícil. Y es que no era experta en subirme a los árboles, (fue el único escondite que encontré) y menos bajo presión. Me subí justo a tiempo para que el nuevo intruso no pudiese verme.
El tío tenía razón, no iba armado, pero tenía una mirada que le daría escalofríos de verla a cualquiera. No porque la tuviese malvada, que ya la tenía, pero una cicatriz espantosa le recorría cada uno de los dos ojos, y verlo era peor que una película de miedo. Era alto, aunque no mucho, y rubio. Tenía el pelo largo, recogido en una coleta, aunque no parecía haber conocido ningún cepillo o champú. Se dirigía directamente hacia las leonas, sin fijarse en nada más, aunque alerta.
Me fijé en mi tía, en su hermano y en los policías. Los dos hermanos parecían retener al otro, pero no entendía por qué Luis estaba interesado en atrapar a alguien de su banda. Estaba claro que ver la cara de su hermana a punto de llorar porque su cómplice le estaba apuntando le impactó, pero aun así me sorprendió. Mientras tanto, Luis iba susurrándoles algo, pero por la cara de los policías, era importante. Y no quería quedarme sin saber el plan, así que les llamé por el walkie talkie. Bueno, en realidad no hizo falta, me llamó antes la tía.
– ¿Nagore, estás ahí?
– Sí.
– Según lo que nos está contando mi hermano – parecía que se sentía mal cuando decía esas palabras – era parte del plan que atrapasen a Mateo, pensaron que toda vigilancia se iría con él.
– Pero no contaron con que yo iba a traicionarles. – Parecía orgulloso de ello, pero no muy verdadero.
– ¿Lo habías pensado desde el principio? – Le pregunté, aun si fiarme de él un pelo.
– La verdad es que no, pero ver a mi hermana me ha hecho darme cuenta de que lo que hacía no era lo correcto.
– Y, ¿no te habías dado cuenta antes? Digo, estabas seguro de que ibais a ir a la cárcel. – Se que no fui muy amable con él, pero no sé por qué no me fiaba un pelo.
– ¡Nagore! – Por desgracia la tía me cortó. – ¡No seas así!
– No, hombre, yo solo digo que quizás… – Lo dije casi susurrando, y pensaba que no me oiría, pero no.
– Quizás… ¿Qué? – Se hizo notar tanto los tres puntos, que me dio miedo contestar, y no lo hice, pero sí que lo pensé.
– Quizás es una trampa. – Pensé. – Nunca se sabe, ¿o sí…?
Pero un sonido muy agudo interrumpió mis pensamientos. Me volví y vi que el ladrón que había entrado antes estaba abriendo las puertas de la jaula de las leonas. Los policías estaban cerca, espiándole, sin hacer ruido. Me sorprendió el silencio que de repente se había formado. No se oía ni el viento, y eso que esa noche había bastante. De repente, parecía que el mundo se paraba.
A todo esto, el ladrón ya había entrado en la jaula y miraba con aprobación las leonas asiáticas, que llevaban casi toda la madrugada dormida, o muertas. Me entro el hambre, y mire el reloj. ¡Eran las 04:48! El sol no tardaría ni dos horas en salir. Se me hacía raro lo rápido que posaba el tiempo. Estaba bastante distraída deteniendo a los ladrones, pero todo era demasiado rápido.

– Veo que Mateo ha hecho su trabajo… – dijo, mirando contento a las leonas. – Y parece ser que Lucas también. – Esta vez lo dijo mirando a su alrededor, como vigilándolo todo, por suerte, no vio a los agentes que ya estaban a menos de 2 metros del delincuente.
Entonces sacó un saco enorme, gigante, y metió las leonas en él. Se lo cargó al hombro y se giró, como si al hombro llevara la chaqueta. Debía de ser increíblemente fuerte para poder soportar tal cantidad de kilos como si nada. Al girarse se percató, por fin, de que le habían seguido. Los policías no dudaron ni medio segundo y le esposaron. Entonces presencié el segundo arresto de la noche. Estaba tranquila, porque estaba segura de que no iban a ser tan pesados como para volver y empecé a comerme una barrita. Pero Lucas me sacó de mi instantáneo confort.
– Nagore mira lo que te ha enviado tu tío. – Parecía preocupado, por un instante me fijé y vi que él también miraba el móvil, nervioso.
Rápidamente saqué el móvil y vi que Antonio me había enviado una imagen que me costó algún minuto asimilar. Era sacada de las cámaras de seguridad. Él tío había grabado el arresto del segundo intruso, y de su espalda se veía salir a un hombre mil veces más menudo que él. Cuando salía se cogió a las leonas y se camufló en algunos matorrales. Allí sacaba un móvil y la grabación se acababa.
Antes de preguntar nada mire a la jaula de las leonas. Quería estar segura de que la grabación estaba equivocada, de que no habíamos fracasado, de que no me había pasado la noche en vela en vano, de que habíamos hecho un buen trabajo, pero no estaban. Me invadió la pena. ¡No me lo podía creer! Al final ganarían ellos. Me quedé paralizada, pero no por mucho tiempo. Me bajé del árbol tan rápido que mi tía tuvo que mirarme con cara de <<Ten cuidado>> Pero yo seguí, tenía que enseñárselo a los policías. Por suerte, no estaban muy lejos.
– ¡¡¡Agentes!!! – Grite con toda mi alma. – ¡Agentes esperen! – Conseguí que se giraran y pude respirar un poco.
– Díganos.
– Miren esta grabación de cuando estaban deteniendo a ese delincuente. – dije, señalando al ladrón.
– Déjenos ver.
Y eso hice. Cuando se lo enseñé, me tomé la libertad de explicárselo todo, el video enterito. Las expresiones cambiaban según el agente al que miraras. Si mirabas al chico se le veía con expresión sorprendida, pero no preocupada, porque aun así parecía saber que hacer. La chica, sin embargo, parecía que se lo esperaba, como si le hubiese visto.
– ¿Qué propone? Yo tenía un plan, pero viéndolo más de una vez se me ha ido al garete. – Preguntó el chico, ahora con expresión preocupada.
– Muy fácil, solo tenemos que arrestarle.
– Explíquese mejor. – Esta vez fui yo la que preguntó, a ver si podía saber de qué se suponía que hablaban.
– Digo que cuando ese hombre salió de la camiseta, le puse un rastreador por error, queriendo ponérselo al otro. – La verdad es que era ingenioso ponerle rastreador a los detenidos, pero otro el agente parecía confuso.
– ¿Le pones rastreador a todos a los que detienes?
– Se podría decir que sí.
– ¿Por qué? ¿Y de dónde sacas tantos? ¿El jefe sabe lo haces? – La verdad es que se notaba bastante que él era el que interrogaba en las investigaciones, y me reí un poco por lo bajo al imaginármelo vestido de Sherlock Holmes, la chica también se rio.
– A ver, a ver, a ver… Voy por partes. Lo hago porque así sé que si se escapan podremos encontrarlos fácilmente, las sacó de la oficina y, sí, el jefe lo sabe, fue él el que me lo pidió. Todas las coordenadas las recibe él.
– Ah…
– Le pediré al jefe las coordenadas para encontrarle, esto no va a quedar así. – Parecía decidida a encontrarle, casi más que yo, quizás, a ella también le gustaban las leonas asiáticas.
– ¡Pues en marcha! – Grité yo, de tal manera que hasta mi tía que ya estaba lejos lo escuchó.
– Antes necesitamos las coordenadas. – El chico parecía seguir sin fiarse un pelo del nuevo plan, yo no entendía porque, solo sabía que el plan no podía fallar. No aquel no.
– Esa parte es fácil, solo tenéis que pedírselas. – Cuanto antes empezásemos mejor, pero ellos estaban vacilando un poco.
– Eso nos va a costar, porque el sábado un hacker nos quitó todas las coordenadas, aunque ya hemos empezado a recuperarlas. – ¡Otro problema del que la solución era clara!
– ¡Pues eso! ¡Estamos a martes! El hacker no ha podido quitaros las coordenadas si él ataque informático fue el sábado. Llamad a vuestro jefe y pedidle que os de las ultimas coordenadas que se hayan notificado, ¿no? ¿O hay más gente que pone rastreadores?
– Esa es una buena idea, y es cierto lo que dice, y, como no hay nadie más que le envíe coordenadas al jefe, será fácil encontrarlas. – él cada vez parecía tener más confianza en el plan, al contrario de la chica.
– No, José… No es tan fácil encontrarlas. – Por favor, ¡en serio! – El jefe es muy cuidadoso con esos datos, y no me los dará simplemente por presentarme allí y pedírselas.
– ¡Si es que no me lo creo! – Lo siento, pero aquellos dos y su jefe me estaban sacado de mis casillas. – ¿Qué tienes que hacer? ¿Darle una contraseña o algo? Porque podrías ir un poco más rápido, ¿sabéis? – DE repente me di cuenta de que les había gritado a dos agentes de la ley, y a poco me da un patatús allí mismo.
– La niña tiene razón, tenemos que hacer esto rápido sino se nos escapará muy lejos o se dará cuenta de que tiene un rastreador. – Por suerte, tenían paciencia, parecían hasta acostumbrados.
– ¡Lo sé! ¡Lo sé! No hace falta que me lo gritéis.
La situación tenía fácil solución, llamar a aquel jefe y decirle: <<Hola, mire, ha habido un robo en el zoológico de la ciudad y necesitamos que nos dé las últimas coordenadas que hayan entrado, cuanto antes mejor.>> ¡Pero no! Tenemos que tardar una hora para poder saber qué es lo que nos impedía pedirle las coordenadas. Se podía hacer más rápido, pero bueno, ellos parecían mandar.
– Por favor, – Ya estaba más tranquila, pero no iba a dar tregua. – se puede saber por qué no podemos pedirle a tu jefe las coordenadas.
– ¡Está bien! Le llamo, le llamo. Pero dejadme hablar sola.
Y así, por fin, ella se fue a hablar con su jefe y yo y el chico nos presentamos, que antes se nos había olvidado.
¿Y, cómo te llamas tú? – Quizás estaba un poco fuera de contexto, pero no iba a trabajar con unos desconocidos.
Pensaba que María ya lo había dicho, yo me llamo José. – Seguramente lo había dicho, pero yo no me acordaba.
Iba a preguntarte el nombre de tu compañera, pero veo que ya lo has dicho.
Ya… – Estaba raro, parecía incomodo, no parecía querer estar allí, en aquella conversación. – Tú, creo que no nos has dicho tu nombre.
Ah, el mío es Nagore.
Por aquí no hay mucha gente que se llame Nagore.
¡Chicos! – De repente nos giramos y María estaba gritándonos, parecía feliz.
¿Qué te pasa, que estas corriendo tan rápido que te va a dar un algo? – José parecía su padre en aquel momento, me tuve que aguantar la risa.
¡La he encontrado, tengo las coordenadas!
¡Pues a por el ladrón se ha dicho!